Marrakech
A Marrakech se puede llegar en tren desde Tánger, en un viaje que dura gran parte de la noche y en el que es posible disponer de coche-cama. También existen vuelos directos desde España y, para los que anden por Marruecos en coche, el viaje puede constituir toda una aventura añadida.
Marrakech se encuentra en el tercio sur de Marruecos, equidistante de las montañas del Atlas, la costa atlántica y las estribaciones del desierto del Sáhara, por lo que, además de ser un destino por si mismo, constituye un magnífico punto de partida para realizar excursiones por las regiones más meridionales del país.
El color dominante en Marrakech es el rojo -intenso al amanecer, pálido al mediodía y anaranjado al atardecer- que se encuentra por todas partes, incluso en las modernas construcciones de la parte nueva de la ciudad y, por supuesto, en las murallas que rodean la que fuera capital de los reinos bereberes allá por el siglo XI.
El punto neurálgico de Marrakech es la plaza de Yema´a el Fna (“reunión de los muertos”, en árabe), un gran espacio abierto en la intersección de la ciudad antigua con la ciudad moderna en el que acaban -o comienzan- algunos de los zocos más animados de Marrakech. En torno a la plaza podemos encontrar fondas y hoteles de todas las calidades y precios, así como animados restaurantes que funcionan sin interrupción durante buena parte del día y de la noche.
Por la mañana, Yema´a el Fna luce desangelada, con su superficie de asfalto calentándose al sol en la que sólo algunos puestos de zumo de naranja y dulces se arremolinan en los extremos. Pero al declinar el sol, el espectáculo es bien distinto. De todos los puntos cardinales comienzan a llegar los más variados personajes, desde acróbatas a charlatanes, pasando por viejos rawi (cuentacuentos), al menos tres clanes de encantadores de serpientes, músicos de todo tipo, grupos de ciegos que recitan el Corán, fabricantes de fantásticos amuletos y elixires, vendedores de incienso y perfumes... A la vez, docenas de puestos de comida empiezan a encender sus fogones y a ofrecer al visitante nativo y extranjero sus delicias. La lucha entre los puestos es feroz, y los encargados de atraer a los comensales utilizarán todas sus mañas para sentarte a su mesa. No lo dudemos, cualquier lugar será bueno para probar unas fantásticas brochetas de cordero, ensaladas, pescado frito, un tazón de harira o unas fragantes merguez.
¿Qué decir de los encantadores de serpientes? Auténticos reyes de la plaza, no sólo ofrecen al curioso la posibilidad de hacerse una foto con una cobra al cuello, sino que acompañan su trabajo con música típica del sur de Marruecos. En cuanto a la integridad de las serpientes, todas están censadas y son atrapadas mediante un permiso oficial.
Si logramos despegarnos del encanto de la plaza, el atardecer también es un momento inmejorable para acercarnos a la Kutubiya, una de las mezquitas más importantes de todo el continente africano, cuyo minarete es un prodigio del arte árabe. Mandada levantar por Yakub al Mansur, este edificio religioso proporciona una poderosa seña de identidad a Marrakech, a la vez que convierte sus alrededores es un buen punto de encuentro para observar la vida local.
Los zocos de Marrakech son de visita obligatoria. Aunque no pensemos comprar nada –será difícil resistir la tentación-, pasear por sus abigarrados callejones nos deparará interesantes encuentros. Allí podremos ver a curtidores de piel afanándose con pellejos y tinturas, ebanistas que trabajan la madera con una habilidad pasmosa en talleres del tamaño de una caja de zapatos, vendedores de perfume de rosas sentados sobre lechos de flores, talabarteros, luthieres... No será fácil abandonar el subyugante espectáculo de los viejos oficios que ya han desaparecido de buena parte de nuestra Europa
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